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«El mundo mágico de la huerta alicantina»

Artículo originalmente publicado por Antonio Adsuar – el día 29- 08 – 22 en la versión digital de www.informacion.es

«Lo esencial es invisible a los ojos». Es esta una de las frases más bellas de «El principito», esa pequeña gran obra del francés Antoine de Saint-Exupéry que sigue maravillando a la humanidad.

Para Alicante la huerta, su huerta, es tan esencial como invisible. En este artículo me gustaría tejer una reflexión sobre aquello que el campo de Alicante ha significado históricamente para la ciudad y realizar una conclusión más valorativa sobre qué debe y qué puede hacerse con nuestra querida huerta.

Las relaciones entre las urbes y sus periferias campestres siempre han sido complejas y ambivalentes.

La ciudad es el espacio de la política, de las relaciones sociales intensas, a veces agobiantes, del comercio, del encuentro con el otro en la esfera de lo público.

El mundo mágico de la huerta alicantina ANTONIOADSUARSOMOSTERRETA

El campo, por contra, es el lugar del trabajo rural, de la cosecha, de la generación del vital alimento. También ha sido, fundamentalmente para las clases altas, un universo de esparcimiento, de recreo, el espacio donde las élites se divierten, toman el aire y van a cazar.

Pasemos ya a analizar las sinergias campo-ciudad en clave alicantina. ¿Cómo fueron históricamente las relaciones entre la ciudad de Alicante y su huerta, englobada actualmente de forma general en la comarca de l’Alacantí?

Alicante ha sido básicamente desde antaño, como muy acertadamente comentaba el gran divulgador Miguel Ángel Pérez Oca, un puerto con huerta. Si el puerto era el alma, el corazón que hacía latir la vida alicantina, la huerta era su despensa, su fuente clave de materias primas, el lugar que proporcionaba el sustento esencial a la ciudad.

¿Qué se producía en el campo de Alicante en los siglos pretéritos? Pues de esta variopinta zona rural se obtenían muchos productos típicos de la agricultura mediterránea. Hasta el siglo XVI destacaron sobre todo los olivos. A partir de esta centuria un producto pasó a ser el más cultivado y rentable, llegando a coronarse como indudable rey de la huerta alicantina: nos referimos al fondillón, el vino clásico de la Terreta, nuestro caldo por excelencia.

Tonel de 125 cántaros de Fondillón de Juan Maisonnave, obsequio de la Sociedad de Toneleros de Alicante. 1892. Caseta-Nova.

Entorno al fondillón se fue organizando toda una economía exportadora que consiguió que este producto tan propio fuera conocido y apreciado en toda Europa. Las oligarquías de la urbe del Benacantil controlaban las mejores tierras del campo de Alicante y se aliaron con las mercantiles clases altas foráneas, venidas de los más destacados países del viejo continente.

Estas élites extranjeras organizaron eficazmente el trasiego portuario y se fueron fundiendo mediante tratados comerciales y enlaces familiares con las clases dominantes autóctonas, que dominaban el poder político al controlar el Consell (que era el nombre que recibía en aquella época el Ayuntamiento).

De esta manera se fue dando vida a un espacio rural cada vez más importante, que con su producción potenciada por nuestro magnífico puerto permitía prosperar a un Alicante que veía incrementada su población y su relevancia económica.

Era necesario, no obstante, contar con un elemento crucial adicional sin el que nuestra huerta no hubiera podido jugar este espléndido rol. Nos referimos al agua, líquido elemento ineludible y fuente única de la vida huertana.

Meandro del río Monnegre a su paso por el Molino Viejo o Molino de Tomás (Xixona)

Con buen criterio se acometieron las obras de un gran pantano, el pantano de Tibi (que fue terminado en 1594). Esta gran construcción, de unos 40 metros de altura, fue la más grande de Europa en su tiempo y permitió a la huerta despegar definitivamente.

Pantano de Tibi. 2018. Imagen de Miguel Martínez.

Todo este cosmos agrícola-hidráulico ha sido estudiado con solvencia recientemente por el profesor Jorge Payá, cuyos textos recomiendo a aquellos que quieran profundizar en esta cuestión.

Ya analizada la huerta alicantina desde el plano más material, avancemos y sobrevolemos este espacio rural, este mundo de significados alicantinos tan propio, desde una perspectiva más literaria y metafórica.

Siempre he sentido que el campo de Alicante tiene algo especial y es evidente que no soy el único en percibir esta sensación agradable, ligera y feliz. Nuestra huerta ha sido, vista desde la ciudad, un mundo de experiencias bucólicas, relacionadas con lo inefable, con lo extraordinario, con lo mágico en definitiva.

Para los alicantinos la huerta era el lugar de descanso, donde uno podía acudir a relajarse, a ser otro y a recuperarse. Este universo tan particular fue dibujado por ejemplo por nuestro gran Rafael Altamira, en su novela titulada precisamente «Reposo».

También fue el campo de Alicante refugio de Eleuterio Maisonnave, que buscó su solaz en las geografías amables de San Juan.

Fue así mismo en el mundo mágico de la huerta, y no por casualidad a mi modo de ver, donde se ubicó desde bien antiguo el centro religioso de Alicante. El milagro de la Santa Faz tuvo lugar a finales del siglo XV en las cercanías del barranco de Lloixa, situado en la frontera actual entre el municipio de San Juan y la pedanía alicantina de la Santa Faz.

Plaza y Monasterio de la Santa Faz. 2021. Imagen de Luis Fernando Caballero

Cada año los habitantes de la ciudad realizan puntualmente la «Peregrina», que parte del centro de Alicante. En esta romería tradicional, los alicantinos marchan hacia la huerta para venerar a la Faz divina, su reliquia más querida.

Esta práctica nos muestra de nuevo la importancia de la relación telúrica que se ha establecido entre el campo y la ciudad. La urbe del Benacatil regresa simbólicamente al espacio rural, renueva su conexión con su esencia campestre, reconectándose simbólicamente con sus raíces más profundas, con una tierra que en el fondo ha jugado el papel de madre, que ha alimentado a la ciudad.

Exploradas ya las intensas relaciones de Alicante con su espacio rural desde el punto de vista histórico, material y metafísico, quiero terminar con la conclusión valorativa que anuncié al principio de este artículo.

«La huerta de Alicante ha desaparecido desgraciadamente como entorno rural. Poco queda de aquella vida de cultivo y riego. Este espacio se ha urbanizado en gran medida y su función actual es básicamente residencial y está ligada al ocio»

De poco nos valdría, en mi opinión, señalar la importancia capital de la huerta de Alicante si no sugerimos algunas ideas sobre su vida y usos actuales y sobre su futuro.

No quisiera arremeter contra la modernidad y el crecimiento de la urbe, no creo que todo en esta deriva señalada sea negativo. La huerta, próxima al centro urbano en definitiva, sigue siendo un espacio demandado y valorado, donde la gente quiere hoy residir.

Sin embargo, a mi modo de ver, estos nuevos usos deben compaginarse con el respeto al patrimonio hidráulico y rural. Alicante no debe olvidar por completo su esencia, no debe relegar a un mero recuerdo lejano el papel clave que ha jugado la huerta en el significado de la ciudad y en su desarrollo.

Recientes iniciativas que tienen como objetivo la conservación y puesta en valor de la red de torres defensivas de la edad moderna, que trufan todo el campo de Alicante, señalan en mi opinión la dirección adecuada.

Permítanme repetir la frase inicial que lancé al principio de esta pieza: lo esencial es invisible a los ojos. Alicante debe hacer un esfuerzo para que su huerta, que ha constituido una de sus esencias históricas e identitarias fundamentales, gane visibilidad.

«Nuestra querida huerta, nuestro verdadero mundo mágico, merece ser recordada y apreciada. Conocerla nos permitirá tenerla presente y estimarla. Respetémosla y trabajemos para que perdure entre nosotros y siga sembrando nuestro futuro».